sábado, 29 de junio de 2013

Yo también tuve que renunciar: A la soledad.




Yo también tuve que renunciar: A la soledad.

Nunca entendí la metáfora de comparar la vida con coger trenes,
hasta que perdí el tren que me llevaba a volver a verte.
Lo hice aposta, elegí quedarme en casa con la maleta a medio hacer,
mirando el tiempo fugitivo escaparse por la puerta
mientras el reloj daba la hora de marcharme.
Desde entonces mi vida siguió de un modo totalmente opuesto
a como la imagino si hubiera ido a buscarte.
Esa noche me pregunté si la importancia de los trenes
radicaba en el destino al que te dirigían,
y supe que sí de una manera tan cruel
que decidí pasarme el resto de mis días
vagando en los andenes.

Ahora nunca sé bien dónde me encuentro,
pero a veces cuando el tren empieza a deslizarse por las vías
miro por la ventana y veo a alguien parecido a ti
pidiéndome casi sin voz que no me vaya,
tuerzo la vista, saludo al revisor,
y mientras la vida se me atraganta
me perdono a la vez que me castigo por no mirar atrás,
del mismo modo que no me atrevo a mirarme en el espejo
por miedo a que me diga que desde entonces

no he vuelto a ser la misma.

martes, 5 de marzo de 2013

Historias como ésta.



Historias como ésta.

Me olvidaré de ti aunque sea lo último que haga en la vida,
me olvidaré del tiempo que pasamos
cogiéndonos las manos mientras las soltábamos,
aunque pase mis días vagando
por cielos y tierras hasta desconocerte;
cuando el primer rayo de luz ilumine mi rostro
y no esté tu nombre escrito en mi frente,
el sol habrá convertido tu herida en cicatriz;
volveré sobrevolando carreteras y nubes,
 como si tu recuerdo de lluvia se tratase,
y hubiera llovido ya tanto que el campo fuera sequía,
y hubieras dolido ya tanto,
que no mereciera la pena seguir regando las flores
que te mantenían con vida.

Me olvidaré de ti, aunque sea lo último que haga en la muerte,
y cuando un soplo de aire fresco venga a rescatarnos de la oscuridad,
todo el tiempo que anduve buscándote mientras te escondías,
se vengará susurrándonos que yacemos inertes.

Al fin y al cabo, eso son los finales de historias como ésta,
pequeñas muertes que te quitan la vida mientras te mantienen con ella,
dejarlas morir es dejarte morir,
pero quizás a todos en cierta manera nos merece la pena,
o eso decimos, para dejarnos de penas.

miércoles, 30 de enero de 2013

Aprender a vivir sin ti.



A
prender a vivir sin ti.

Aprender a vivir sin ti está siendo volver a nacer,
y digo volver a nacer porque me cuesta recordar
mi vida antes de tu paso por ella,
por lo que he tenido que matar todo lo que era,
todo lo que fuimos,
todo lo que ya no somos ni seremos,
para poder volver a ser.

Una vez resucitada,
he entendido en qué consistía la muerte:
En no encontrar tu recuerdo por ninguna parte.
Ahora que somos la suma
de todo lo que podríamos haber sido,
te reconozco que nada tiene sentido,
pero seguimos viviendo
aunque a veces escuece.
Me cuentan que tú sigues sonriendo en los andenes,
llorando en los aeropuertos
y arrastrando a las espaldas tu mochila salvavidas;
ese es el sentido de la vida,
seguir viendo cómo pasan los días,
fingiendo que todo cobra el sentido
del que carece.

Haberte visto huir con mis pies dejó más alfileres
para pinchar que para coser,
y eso es lo que todavía me cuesta asimilar
para tener valor de cicatrizarte,
que cuando empezó tu vuelo,
terminó mi aterrizaje.

martes, 1 de enero de 2013

Eternamente en libertad.

Eternamente en libertad.

Me hubiera gustado
encerrarte en un instante,
pero tú no estabas hecha
para las cajas de cristal;
decías que si se caen
se rompen,
quedan todos los cristales
por el suelo
y una vez que eso sucede
corres el riesgo
de ir andando descalza
y poderlos pisar.

Por eso aunque
me hubiera gustado
encerrarte en ese instante,
me tuve que conformar
con hacerlo eterno
de la única manera
que algo efímero
se puede futurizar,
rompiéndolo,
antes de que quedase
encerrado en una caja de cristal
y te cortases con los pedazos
esparcidos por el suelo.

Yo no quería eso,
yo te quería a ti,
mi condena fue quererte en libertad.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Lo contrario a un domingo cualquiera.

Lo contrario a un domingo cualquiera.

Hoy era una tarde de domingo imposible,
de esas que nunca suceden,
de invierno anticipando el verano,
de turistas extranjeros en su propia ciudad,
de mirar la catedral de Sevilla como si aún
hubiera dentro una princesa esperando
a salvarse del desamor o la muerte.

No puedo hablar de esta tarde de domingo
como si existiese,
porque antes de que naciera
supe que era imposible que pudiera suceder,
que el sábado dejaría paso al lunes
sin preguntarse si acaso algo
quedaría descolgado entre medias.

Pido un café,
sueño la lluvia,
bebo en este espacio sin tiempo,
mirando a un reloj que apunta una hora
fuera de lugar que utiliza tu nombre
para decirme que es un domingo
imposible,
inexistente,
pero más bello que un viernes
por saber que estás.
es decir, todo lo contrario
a un domingo cualquiera.